A través de la historia ha sido intenso el contacto entre la comarca mirobrigense y los pueblos del norte de Extremadura.

La comarca de Las Hurdes fue paradigma de la pobreza extrema, pero hace ya décadas que esa situación —no pocas veces exagerada— cambió.

La sierra sigue siendo áspera, con sus valles profundos y sus mitos agazapados en cada rincón. Hay también otra energía que siempre y también hoy mueve la sierra: la de los árboles y los arbustos, transformada por las abejas o por las cabras. Miel, polen, jalea real, cera, leche y carne de cabras son cualidades que los hurdanos han sabido potenciar.

Muchos pueblos de la solana o vertiente cacereña de la Sierra de Gata mantienen vínculos con la Tierra mirobrigense. Algunos de sus pueblos pertenecieron a la comarca hasta la creación de las provincias españolas en el s. XIX. Los frutos de uno y otro lado de la sierra son complementarios, por lo que a lo largo del tiempo se han mantenido relaciones de trueque o intercambio de productos. La vida transcurre lentamente en estos pueblos, donde siempre se dijo: el tiempo lo dan dao.

Adentrándonos aún más en Extremadura llegamos a Coria , que es algo así como la hermana extremeña de Ciudad Rodrigo. Tierras fértiles para la agricultura, pero también para el arte y la historia, con tradiciones únicas y fuertemente arraigadas.

Y más al sur emprenderemos una ruta hacia el Tajo internacional, por tierras de ríos y de puentes romanos; de grandes pastizales donde invernan los ganados trashumantes: Alcántara y las tierras del puente.

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