Pasado el puerto que nos trae desde Serradilla del Llano nos encontramos con Casarrubia, Robledo, Casares y Carabusino, formando casi una línea continua de viviendas junto a la carretera. Es el denominado Balcón de Las Hurdes, extraordinario mirador sobre buena parte de estos valles. En las laderas abundan los cultivos en bancales, llamados pareónih en el habla hurdana, toda una lección de agricultura de montaña.

En Las Hurdes la cultura y el paisaje son casi una misma cosa. El arte prehistórico se recoge en lugares recónditos, mientras que esos enclaves son escenario de leyendas sobre ninfas y otros seres sobrenaturales.

Basta acercarse hasta El Gasco, en la cabecera del valle del río Malvellido, y caminar hacia el Chorru la Miacera, quizá la más célebre cascada de Las Hurdes. Podemos incluso intentar la subida al Picu Volcán, una montaña de forma cónica donde se dice que la tierra está aún caliente.

En estos parajes se han hallado escorias que debieron pertenecer a antiguas fundiciones; son rocas parecidas a la piedra pómez con las que algunos habitantes de El Gasco fabrican cachimbas.

Entre estos y otros rincones, el paisaje hurdano invita a caminar, por senderos que a veces son en sí maravillas de la ingeniería rural y que nos permiten conocer paso a paso la aspereza de los valles.

Los abismos son hábitat de seres mitológicos, como la mora que acude a beber del Chorru el Güecu, cerca de Asegur, cada madrugada de San Juan.

En los barrancos por donde trisca la cabra montés se refugian seres como las Jáncanas o Juáncanas, mujeres de un solo ojo que viven en lo más oculto de los riscos y que suelen salir cada cien años a bailar con otros seres de leyenda, los Zánganus, en la Plaza los Ajustaerus, en los límites entre Riomalo de Arriba y Monsagro.

volver