La primitiva cerca de la ciudad, se llevó a cabo en la segunda mitad del s. XII, con la repoblación definitiva de Ciudad Rodrigo por el rey Fernando II de León.

 

Según la historiografía local no hay que descartar la existencia de muros anteriores, de los que pudieran incluso existir restos de la época romana.Pero es indudablemente el rey leonés quien ordena fortificar la ciudad, levantando a su alrededor muros almenados de cal y canto hasta una altura de diez varas, unos ocho metros y medio; su anchura original era de unos dos metros, como se puede ver aún en alguna parte del lienzo que mira al río.

 

Se levantaron también, sobre sus muros, cinco torres, repartidas a lo largo de sus dos kilómetros de perímetro. El nombre del artífice que ha llegado a nosotros es el del alarife gallego, Juan de Cabrera. Para completar el proyecto de fortificación, se comenzó a construir la Catedral finalizando el s. XII, como si de una fortaleza se tratara, contando incluso con su propia torre de defensa y en el s. XIV se añadió el Alcázar.

 

Fuera de la ciudad, se extendía el arrabal conocido como Villa, rodeado por una cerca de argamasa y guijarro, de cuatro tapias de altura, de la que a comienzos del s. XVII sólo quedaban algunos vestigios.

 

En 1641, durante la guerra con Portugal que duraría veintiocho años, se expuso la necesidad de proteger la Villa, por el peligro que corría por parte de los portugueses.

 

Una vez reconstruida, abarcaba la cerca desde la catedral hasta más allá de la puerta del Sol, llegando en extensión hasta el convento de Santa Clara. Esta cerca desapareció definitivamente en las obras de fortificación a comienzos del s. XVIII.

 

Hasta entonces, los muros de la ciudad habían permanecido con su trazado original, sufriendo únicamente los reparos y refuerzos llevados a cabo para paliar los destrozos de las guerras o del paso del tiempo.

 

Fue en la Guerra de Sucesión, una vez tomada la plaza, cuando se vio la necesidad de fortificar Ciudad Rodrigo siguiendo los nuevos modelos de defensa militar, a que obligaba la moderna artillería. Para ello se rebajaron los muros; se sustituyeron las almenas y merlones por cañoneras; se amplió y pavimentó el adarve de la muralla, facilitando el acceso de los cañones y los movimientos de las tropas; se construyó todo el sistema de fosos, baluartes y revellines; se distribuyeron a lo largo de la muralla garitas de vigilancia y se afianzaron las bóvedas de las puertas del Conde, del Rey y del Sol.

 

Todas estas obras se llevaron a cabo entre 1707 y 1710. Desde entonces la imagen de la fortificación mirobrigense presenta ese aspecto estrellado propio de las fortificaciones modernas, según el sistema abaluartado del ingeniero francés Vauban.A partir de ahí, el mirobrigense Juan Martín Cermeño, ingeniero del Rey, elaboró una serie de proyectos que, aunque no se llevaron a cabo, han enriquecido con sus planos la cartografía mirobrigense y siguen siendo de enorme utilidad.

 

Para acceder a la ciudad se abrieron varias puertas en la primitiva cerca, sin que sepamos exactamente su número original, pues entre éstas y los postigos llegaron a ser nueve, de las que actualmente sólo quedan seis.Su tamaño y funcionamiento cambiaba según las necesidades y la situación de cada época, incluso a veces variaba el nombre con el que se las conocía. Repartidas a lo largo del muro, tres se hallaban orientadas a Poniente y dos en cada uno de los restantes puntos cardinales

volver