A principios del s. XIX, la ciudad asistiría a sus momentos más críticos, con motivo de la Guerra de la Independencia.

Precisamente su situación de plaza de frontera, en el camino de Portugal, le hizo ser objeto de dos sitios: el francés de 1810 y el inglés de 1812. Fueron los más violentos de toda su historia. El tren de artillería al que se vio sometida la ciudad ocasionó grandes pérdidas.

Ocupada por los franceses, en enero de 1812, lord Wellington recuperó la ciudad para las tropas aliadas, lo que le valió el título de duque de Ciudad Rodrigo, otorgado por la Corona española.

La ciudad vivió los cambios políticos, sociales y económicos propios del liberalismo del s. XIX.

En una ciudad con marcado acento eclesiástico la desamortización se dejó sentir, en especial la de los conventos y monasterios.

Un duro golpe fue la suspensión de la diócesis en el concordato de 1851, que dejó al obispado bajo la administración apostólica de Salamanca.

A finales de 1884 Ciudad Rodrigo recuperaría su prelado, aunque bajo la denominación de administrador apostólico.

Sería en 1951 cuando de nuevo se restauró el título de obispo civitatense.

Momentos dramáticos volvería a sufrir la ciudad durante el estallido de la Guerra Civil (1936-1939), con diversos fusilamientos sistemáticos contra políticos y ciudadanos opuestos al levantamiento, tanto de la ciudad como de su Tierra.

A partir de los años sesenta del pasado siglo, el territorio comenzó a perder efectivos demográficos como consecuencia de la emigración hacia el extranjero y hacia otros puntos del país.

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