La capilla de los Dolores, antigua torre fortaleza de la catedral rodericense desde su época fundacional, deriva de la intervención que, patrocinada por el obispo fray Gregorio Téllez, dirigió Manuel de Larra Churriguera entre 1728 y 1730.

Entonces se abriría el gran arco de acceso, en cuya clave luce el escudo episcopal del promotor; se voltearía la bóveda estrellada —realizada a imitación de la existente en la capilla del Santísimo, al igual que ocurre con la reja que la cierra— y se ensamblaría el barroco retablo, que fue finalizado en 1731 y acoge unas buenas tallas de Santo Domingo de Guzmán, San Francisco de Asís y San Diego de Alcalá. La hornacina central acoge una Dolorosa y yacente provenientes del ex-convento de San Agustín.

La capilla del Santísimo, antes llamada de San Blas, cuyo perímetro y la ventana septentrional románica derivan del momento fundacional del templo, se cierra con una bóveda de ocho cascos compuesta por nervios cruceros y formaletes y plementería de despiezo anillado.

Destaca el retablo barroco que, ensamblado por un artista placentino, acoge las tallas barrocas de San Pedro, San Pablo y San Blas y en la hornacina central la excepcional Virgen con el Niño de alabastro policromado —tallada en la última década del s. XV— que presidió en su origen el retablo mayor de la catedral, hoy en gran parte, como ya hemos indicado, en el Museo de Tucson.

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